Pez.
Tengo de ti más recuerdos de los que le caben a la
madrugada más larga que puedas imaginarte, y eso es mucha nostalgia para
alguien que disfruta plenamente estar de bohemio cada vez que se puede como Charles
Bukowski.
Estoy aquí escribiéndote
y no me pesa, nunca estuvo tan sereno el cuarto y hace mucho que no me veo en
un espejo más tiempo del que necesito para asegurarme de que sigo siendo las
mismas tristezas de ayer, pero un poco más cansadas. Tienes días dentro de mi cabeza haciendo
estragos, junto al ónix que me regaló una amiga percusionista en el Ángela Peralta
el domingo en una tocada cerca de plazuela machado. Aún recuerdo el día que llegué
con un pez y me devolví sin el, ese día diciendo nada lo dijimos todo, viendo
como caían las casas, esas casas no eran nuestras, nuestras eran las palabras
que le pertenecían a otro.
Y te decía: no
digas nada.
Tú decías: de todos
modos no lo iba a hacer.
Pero sin mirarte a
los ojos notaba tu inquietud, sabes; es un reto no decirte que eres
paralizantemente hermosa, no verte en mis sueños, no sonreír cada vez que
apareces frente a mí para no ser tan obvio, concentrarme, no ser torpe o no
quedarme embobado mirándote cuando estás cerca, controlar los latidos de mi
corazón cada vez que me miras, no digo que sentir envidia porque eso es
imposible para un pesimista optimista y nadie ha conseguido sacar ese
sentimiento de mí, también el no mirar a todos lados cuando voy en la calle con
la esperanza de encontrarte entre las personas que transitan, con miedo de
encontrarte, el simple hecho de buscar algo sin quererlo encontrar y no imaginarme momentos hipotéticos e
imposibles, no derretirme con tus ojeras, no sentir que me desarmas con tu voz;
pero el reto más grande es cuando estoy triste, cuando me da por estar triste
escribo, y el problema es que te escribo cuando me da por estar triste.
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