Comprensión.

El viernes por la mañana mi padre conversa conmigo y el desayuno con aires a los típicos huevos revueltos se postran en la mesa, en eso mi padre se encuentra de estar hablando de comprar un nuevo celular, el tema cambia bruscamente, explicándome que: salgo mucho,  que mi ¨cultura¨ no es basta y muchas otras cosas más, ah y que no me entendía. A veces pienso que mi padre me cree un ser burdo, sin escrúpulos y con la cabeza llena de tonterías que veo en el monitor, pero ahí es cuando me dio por pensar el entendimiento a la comprensión y sus respectivos antónimos. La incomprensión es algo consustancial a la propia naturaleza. Todos y todas a lo largo de nuestra vida sentimos que no somos comprendidos y, en no pocas ocasiones, que somos malinterpretados. En la actualidad esto de las malas interpretaciones últimamente ha sido puesto de rigurosa moda por algunos políticos mexicanos inoperantes a más no poder. Las redes sociales, en definitiva, han funcionado como un eficaz destape clarificador de que estamos “comandados” por un montón de impresentables que no merecen ser nombrados. Pero como cada moda tiene su oportuna replica se han inventado un hipócrita latiguillo: “Siento de veras mis comentarios sin duda fuera de tono y pido perdón si alguien se ha sentido ofendido”. Sienten, o al menos así nos lo dicen, no haber sido comprendidos o haber sido malinterpretados. Lo de siempre, la Historia interminable de la incomprensión. Pongo un muy cotidiano ejemplo: Un niño de pocos meses llora desconsolado no llegando a comprender como los adultos no entienden el motivo de su llanto. Los adultos no comprenden que le pasa al niño que no para de llorar. O para las personas mitómanas como yo, va el siguiente ejemplo: La luna no comprende que el sol salga sin previo aviso y la destierre a ella de un plumazo. El sol sigue sin comprender por qué la luna se marcha sin despedirse. Así como las estrellas no comprenden por qué se siguen ellos 2 interminablemente, sin nunca llegar a encontrarse. Tratamos desde la niñez el comprender y descifrar las claves del universo y clarificar e interpretar el deambular, con sus miserias y grandezas, de hombres y mujeres por la Tierra. Las enamoradas no comprenden el motivo de no ser correspondidas en sus amores y los ricos no comprenden por qué los pobres se quejan siempre de manera permanente así como los pobres no entienden cómo se hicieron estúpidamente ricos. Todo está sujeto a un mar de incomprensiones donde nadie obtiene respuestas que satisfagan sus dudas existenciales. Tratar de comprender, o al menos intentarlo, es una de las tareas más nobles a las que puede dedicar una parte de su tiempo vivencial los seres humanos. Lo triste es cuando nos negamos a preguntar por saber de antemano que nos contestarán con una sarta de mentiras. Leemos para comprender y vivimos para poner en práctica el fruto de la lectura. La duda forma parte (o al menos debía) de nuestro desarrollo intelectual y espiritual. Con la certeza absoluta se avanza como “la gallinita ciega” rozando con la punta de los dedos el fundamentalismo con todo el significado de la palabra.  En torno a la comprensión e incomprensión gira cada día este planeta que habitamos y al que llaman Tierra. De manera permanente vivimos instalados en el bulo y la mentira y, por aquello de no “señalarse”, antes de preguntar hay que contar hasta cien.  Ni al cartero se le puede preguntar si trae carta pues es bien sabido que el “cartero siempre llama dos veces”.  Incomprendidos del mundo vagando sin rumbo en busca de la comprensión, que por el antagonismo de las cosas, termina siendo algo positivo. 





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Fernando Arellano