Baúl de recuerdos.

Reconozco no formar parte de ese grupo de personas que se dedican a hacer permanentemente balance de los pocos años vividos que tengo. y más a ya terminar el año a tan solo 4 meses. Es verdad que muy de tarde en tarde suelo abrir el “baúl de mis recuerdos” y mirar, fundamentalmente, cuanto de bueno encuentro en su interior. 

Me interesa prioritariamente los años que me queden por consumir. Los ya vividos con sus cosas buenas y sus cosas malas son inamovibles. En definitiva: vivir es aprender cada día para poder seguir viviendo. Creo que a eso le suelen llamar madurez o experiencia. Después de ver unas cuantas fotos de mis primeros años de vida me entran todos esos sentimientos de Videojuegos, dulces, atrapadas, escondidas, cometas y paletas de hielo por las tardes.

Lo que recalco con todo lo anterior dicho; Uno núnca pierde el tiempo, lo que se pierde son experiencias.

A nivel afectivo he llegado a concretar mi vida en tres grandes grupos. Primero, aquellas personas que me han dejado huella a través del afecto. Segundo, las que por su insustancialidad me resultaron totalmente indiferentes. Tercero, aquellas que acorde con su dañino perfil y espurio comportamiento están fuera de mi corazón y de mi memoria.  No hay más pero tampoco menos.

Te varían las circunstancias personales o de ubicación y vas dejando de ver a personas que te aprecian y aprecias. Otras se fueron víctimas irrecuperables de la batalla de la vida.  Es ley de vida y contra ella poco o nada puede hacerse.  Notar, cuando te encuentras por la calle a personas queridas -que ya no ves con frecuencia- la alegría que les produce tu presencia es algo ciertamente motivador.  Que te salude aquella niña que veías jugar con muñecas, al que dejaste de ver siendo un niño, y te recuerde perfectamente –y además con afecto- es algo muy gratificante.

Como decía el gran García Márquez ¨Cuando caminas por la senda del cariño portando en la mochila grandes dosis de bondad y solidaridad todas las cosas cobran sentido¨.  El afecto compartido es el mejor –y posiblemente el único- antídoto que tienen los humanos para luchar contra el fantasma de la desesperanza.  El ejercicio de vivir es duro y complejo por su propio desarrollo y naturaleza. 

Nadie está libre de haber sufrido sinsabores y engaños, pero siempre tendremos la contrapartida del afecto compartido. Somos humanos no solo por pensar sino también por sentir.  Fabricantes de sueños colgados, en noches eternas, en las lunas del ya último día de agosto.





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Fernando Arellano