Tiempo vacuo.

A pesar de nuestra denodada lucha por conseguir de todas las formas posibles la trascendencia siempre, absolutamente siempre, termina ganándonos la batalla el tiempo vacuo. Lo intrascendente, banal y superficial acechándonos de manera pertinaz por todas las esquinas.

A nuestro pesar nadie habla ya de nosotros ni incluso estando vivos todavía. Todo se relativiza a través de las circunstancias y sus secuelas: Escribir cada noche pensamientos al azar, a lo que hago unas 3 o 4 veces cada semana, se me representa como un ejemplo paradigmático de lo efímero de la existencia humana. 

Merodear sólo y con los audífonos puestos por horas en plazuela machado y sentir que han sido 10 minutos. O el cómo puedes conseguir por unos 50 pesos una medalla civil o militar que premió la ejemplaridad de toda una vida, en un simple pago en una casa de antigüedades. 

O bien un libro en cuya primera página figura una emotiva dedicatoria. Una foto enmarcada de una feliz pareja el día que contrajeron matrimonio. Una vieja plancha donde posiblemente una abuela planchó con esmero el traje de Primera Comunión de su ilusionada nieta.  Todo, como la misma vida, por los suelos y a precios de auténtica basura.

Actualmente nada tiene más valor que aquello que determina la inmediatez del momento presente. Ninguna referencia sobre los mismos como si la Transición nos hubiera caído del cielo.  El tiempo es implacable y solo permanecen las gestas históricas y las obras de Arte que alcanzaron con el tiempo la condición de sublimes.

Las personas que realizaron las mismas fueron reconducidas a la condición de personajes y sus vidas ya forman parte del acerbo cultural de las almas inquietas y curiosas. ¿Se hizo sola la Catedral y la Giralda  de Mazatlán?  ¿Quiénes fueron los jardineros que crearon los jardines de Marina? ¿Quién se acuerda hoy que el Taj Mahal fue el resultado de una bella y trágica historia de amor?

Los seres humanos siempre tendemos a olvidar. Unas veces por desmemoria, otras por desagradecimiento y, las más, por una tendencia natural a la amortización de tiempos y personas. 

El tiempo vacuo imponiéndonos su férrea dictadura. Posiblemente sea verdad aquello que dicen todos los viejitos al preguntarle algo que pueda pasar: “y mañana Dios dirá…”.






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Fernando Arellano