Memorias de un machista.

Tenía los ojos claros, supongo que azules, o grises, o verdes. Y sonreía siempre escondida tras su flequillo. Tardé en darme cuenta de que me sonreía a mí, al salir del instituto. Y le robé un beso en un portal, una tarde, con mi balón debajo del brazo y alguna espinilla adolescente.

Ella quería una historia, y me regaló su dulzura inocente, con cartas de amor inexperto, con lunas y estrellas dibujadas, y Neruda y rimas de Becker.

Yo la correspondí en un reservado, con palabras redichas de furor adolescente. Pero los besos no me bastaron y seguí a mi hormona, a mi pene. De debajo de su pantalón, dos veces me quitó la mano, tres veces la puse, insistente. Se dejo hacer durante un rato, como una estatua. Algo se le rompió por dentro. Nunca más me miró de frente. 

Mis compadres me jaleaban, por la pieza que había cobrado. E incluso en casa, sin saber nada concreto, sabían que triunfaba. Decían: Menudo es mi nieto.

Nadie me recriminó nada, es normal si dice que no quiere, que tú le lamas el cuello, así se pone cachonda, y cede.

Tres amigas suyas cayeron, incluso sabiendo mis apetencias. No las legitimas de masturbador de hembras, sino las de macho dominante que dispone.

Y no pensé de ellas que por dejarse eran putas, a esa edad todas eran zorras latentes, esperando solo a un verdadero hombre que las despierte.

Y en mi entorno todo bien, cada conquista alimentaba mi leyenda, de bruto, manoseador de yeguas. Incluso algún profesor, divertido, por mi popularidad. Me dijo entre añorante y divertido: Hay si yo tuviera tu edad. Hoy me doy asco a mi mismo, por situaciones como esta, y trato de perdonarme.


Cristina se llamaba, y hace más de 5 años de todo aquello. Tantos como hace que no la veo. Hoy le pido que me perdone. Que lo siento. Espero no haber roto nada, Espero que no me recuerde. y que si me recuerda, sea riédose, y poniéndome de ejemplo ante sus amigas que tuviere diga de mí: Vaya cerdo.

Cabrón…

Indecente.



La furia del anhelo.









Comentarios

Fernando Arellano