Maud lewis: Un mundo sin sombras

 Maud

¿Se imaginan tomar cartones, pedazos de madera, periódico, pedazos de papel y terminar tomando de lienzo las propias paredes de tu casa? las escaleras, las ventanas, la chimenea y hasta los asientos de las rechinadoras sillas de madera fueron parte de alma, vida y obra de Maud Lewis.

nacida el 7 de marzo de 1903 en Nova Scotia, Canadá, sufrió una artritis reumatoide juvenil una enfermedad que la obligó a abandonar
la escuela ya que sufría de múltiples acosos y bullying. Quedando el cargo de sus padres Maud en su juventud se involucró sentimentalmente con un hombre llamado Emery Allen quien abandonó a Maud después de dar a luz en 1928 a su hija Catherine, su tía que al ver la situación
de Maud y creyendo que ya no sería capaz de cuidar a una bebé decidió venderla a una familia y se las arregló para mentirle Maud y creyó durante años que había nacido muerta por una severa deformación.

Tonos grises

Sus padres fallecieron en 1935, murió su padre y en 1937 su madre
dejándola sola y a cargo de su hermano Charles a quien le heredaron todo y más tarde vendió su casa paterna obligando a mudarse con su tía.

A finales de 1937 Maud responde a un anuncio que buscaba un ama de llaves publicado por hebra lewis, un vendedor de pescado ambulante
de marshalltown

Aquejada de una artritis reumática en su juventud, Maud Lewis vió mermada su movilidad para el resto de su vida, La artritis reumatoide la dejó desde niña con el mentón pegado al hombro, con andares zambos.

Primeros colores

Para levantar la vista al frente combaba la espalda, haciéndose aún más minúscula. Pero aguantaba la mirada, sonreía a cuanto tuviera delante: adversidad, la tempranísima orfandad, una tía que intentó hacerla sentir inservible; miraba con tanta tenacidad que desoyó a todos y pintó, y su pintura naif, color plano, paisajes vibrantes sin profundidad ni una sola sombra, le trajo la admiración de muchos y algo más importante, saberse capaz e independiente.

Todo esto no le privó de una magnética sonrisa, perceptible incluso en las fotos de ella que han llegado hasta nuestros días, esa mueca feliz fue la expresión de su actitud ante una vida que, en principio, le fue adversa hasta la exageración.

En efecto, la fragilidad a la que condenó la enfermedad a Maud, se vio aumentada tras la pérdida de sus padres, que la dejó bajo la tutela de su hermano. Siendo éste un desaprensivo que no dudó en vender la casa familiar para intentar en vano pagar sus propias deudas, Maud Lewis fue a vivir con su tía Ida.

La tía, el hermano y el resto de Digby, la localidad de Nueva Escocia en que residió, consideraban que Maud, además de la artritis que la condenaba a renquear, también sufría alguna minusvalía psíquica. Así pues, la que estaba llamada a ser la artista local era la tonta del pueblo...

Se engañaba tras esa eterna sonrisa, que sus vecinos y familiares consideraban la mueca de un idiota y ignoraban que detrás de esa hermosa sonrisa se escondía una sensibilidad singular que tuvo su paraíso perdido en los paisajes de su infancia en South Ohio, la localidad de Nueva Escocia, próxima a Digby, en la que nació y vivió sus primeros años.

Pero no sus años felices porque, contra todo y contra todos, Maud Lewis siempre fue una mujer feliz. De ahí la sempiterna sonrisa, incluso ante los previsibles primeros malos tratos de su marido Everett Lewis quien al final la acabaría por querer y valorar aun que en esos tiempos las sensibilidades de antaño trataban a las personas como nuestra acuarelista con conmiseración.

Heredera de paisajes

Maud se introdujo en el mundo del arte por influencia de su madre, que la enseñó la pintura de acuarela para la elaboración de tarjetas de Navidad.​ Comenzó su carrera artística vendiendo tarjetas de Navidad pintadas.  Las primeras pinturas de Maud Lewis de la década de 1940 son bastante raras. Algunos de los pocos trabajos que se conservan fueron realizados para unos norteamericanos que tenían una casa de campo. Entre 1945 y 1950, los viajeros y turistas comenzaron a detenerse en la casa de Lewis en Marshalltown, cercana a la Carretera nacional que era la ruta principal y las más turística del oeste de Nueva Escocia, para comprar sus pinturas por dos o tres dólares. Sólo en los últimos tres o cuatro años de su vida, comenzaron a vender los cuadros por entre siete y diez dólares.

Logró la atención nacional, en 1964, por un artículo publicado en la revista de Toronto Star Weekly y en 1965, apareció en un programa de éxito en televisión de la CBC TV .

En la década de los setenta, durante la presidencia de Richard Nixon, la oficina de la Casa Blanca adquirió dos de sus pinturas por más de $16.000.​ Desafortunadamente, su artritis le impidió cumplir muchas de los encargos que recibió en los últimos años de su vida.

Tras indagar un poco en su vida me ha conmovido de principio a final.

Limerencias manchadas de pintura

La relación con Everett Lewis, su marido, también  me ha gustado mucho. El cómo la felicidad ante todo corrompe al hombre que pasó de la rudeza de un hombre acostumbrado a la soledad a poco a poco ir queriendo a esa pequeña mujer que andaba mal y le pintaba la casa con flores y pájaros para hacerlo un poco más feliz hasta el punto de que Everett dejó la pesca y se convirtió él mismo en su asistente. Se puso a barrer, cocinar, comprar pinceles y pintura para su esposa y a encargarse de los envíos de las obras por correo.

El 30 de julio de 1970, a sus 67 años, Maud no pudo sobrevivir a una pulmonía..

Sus últimas palabras, susurradas a Everett, fueron

 "Fui amada".

Nueve años después de el suceso su esposo Everett murió en su cabaña, de un balazo disparado por un ladrón que entró a hurgar la propiedad.

Un gran cambio, una gran mujer, un gran corazón y su propio mundo

Un mundo sin sombras.









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Fernando Arellano