Días rápidos, incógnitas lentas.
Me da una cierta sensación de vértigo observar con la
velocidad que pasan los días. Como el que no quiere la cosa ya estamos inmersos
en los primeros días de mayo. La vida
pasa en un suspiro y solo te queda la grata sensación de haber intentado al
menos aprovecharla en positivo. El ciclo
natural de la existencia humana es nacer, crecer, madurar, envejecer, enfermar
y morir. Cuando ese ciclo se altera en
su orden cronológico todo queda seriamente trastornado. Ya las cosas nunca
volverán a ser igual: ni para el que se va ni para los que se quedan. Cuando
una vida todavía por gastarse queda interrumpida bruscamente la zozobra se
queda atada a la eterna duda existencial.
Nadie puede estar nunca preparado para según qué cosas. Alguien dijo, y dijo
bien, que cumplir años es sumar pérdidas irreparables (¿existe alguna que no lo
sea?). Te encuentras a gente conocida
que de manera permanente te van comunicando malas nuevas. Abres el ordenador y rara es la semana que en
las ediciones digitales de la prensa no venga alguna nueva baja en la batalla
de la vida. Gente que significaron mucho para ti en lo sentimental, cultural,
artístico o social y que se han subido para siempre en la barca de los que
nunca retornan. Nuestra cultura siempre ha preferido las llegadas a las partidas
(excluyendo el día de los muertos). Sabemos que es ley de vida que un día exhalemos nuestro último
aliento pero con las cosas del morir no se juega. Mayo es un mes triste en mi
vida pues lleva prendido con alamares la
pena por los ausentes. Las dolorosas prácticas se visten este mes de luto para
recordarnos que no existe mayor pena que la de las madres. Soy un carrusel donde se mueven a compás todos los
ciclos de la vida. Nada escapa a su
matemática precisión sentimental. Que no
sepamos o no queramos verlo forma parte de nuestro ancestral pasotismo. ¿Cómo
se puede explicar racionalmente que nuestra Semana Santa siendo de Pasión y
Muerte sea una fiesta para los sentidos: puro gozo? Igual yo no quería y no
podía ser una excepción. No todo es malo, no me atrevería a decir que corren
malos tiempos para casi todo y, por extensión, para casi todos. Estoy convencido de que todo depende de la
percepción que se tenga de la vida, las circunstancias y las expectativas que cada uno se haya
creado. A nivel afectivo la vida me ha tratado –y me trata- de bien para
arriba. Pero siempre la misma pregunta, ¿Por qué siempre esos comentarios?, ¿Por
qué veo todo tan subjetivamente cambiable? ¿Por qué sigo insistiendo en algo rotundamente
allegado a lo imposible? , ¿Puedo entonces considerarme una persona feliz?, No,
por dos razones fundamentales: la percepción solidaria de las atrocidades que
padecen millones de seres indefensos y, esto a título personal, la falta de
referencias diarias a efectos intelectuales y morales en mi vida diaria.
Siempre he considerado que la felicidad se recibe –y se da- en porciones como
los grandes comerciales donde se dan los refrescos carbonatados. Me muevo a
niveles razonablemente cercanos con personas bondadosas –buena gente en
definitiva- pero carentes de cualquier tipo de ¨inquietudes¨. Me gustaría conseguir cada día al acostarme
sumar algunas cosas que han sido referentes imprescindibles durante toda mi
vida. Primero, no he conocido alguien con los temas de conversación lo
interesantemente eludibles para mis oídos, segunda, comprobar que vives en un
país donde impera la decencia. Después,
escuchar dos o tres conceptos inteligentes que me hagan pensar y poder escuchar
y ser escuchado, al menos durante un minuto, sin interrupción por cualquiera de
opiniones burdas y con intención de sarcasmo(Todo siempre por alguna u otra
manera termina en chascarrillos y risa). Al final, comprobar que las sociedades
avanzan cuando la pobreza le gana definitivamente la partida a la riqueza. No
hay manera. La decencia cada día es más difícil de encontrar y los ricos
aumentan a la par que lo hacen los pobres. Nadie es capaz de permanecer callado
un par de minutos mientras otra persona esté hablando. Estamos inmersos en una
etapa convulsa donde ya nadie escucha a nadie. Todo el mundo quiere y pretende
largar su opinión sin antes entender. Todo se reduce, a que engañarnos, a un
diálogo de membrillos reconducidos hacia la nada. Los medios (fundamentalmente las redes
sociales) nos han hurtado la capacidad de aprender a debatir con respeto y
escuchar civilizadamente las opiniones ajenas. El ¨Quedar bien¨ ante todo y hoy,
lamentablemente, ya no somos alumnos de nada ni de nadie. Estamos absorbidos
por nuestra incapacidad para seguir aprendiendo cada día. Lo triste es que nunca habrá un buen maestro
donde antes no hubo un buen alumno. No sé
si podemos pero en realidad…. ¿queremos?
¨Castilla¨
El cid, Mazatlán, Sinaloa.
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