Exilio Interior.

En no pocas ocasiones pensamos, decimos y hacemos cosas totalmente distintas.  Los seres humanos llevamos implícitas una buena dosis de severas contradicciones. 

Tenerlas nos humaniza y luchar contra ellas es una de las tareas más nobles a la que podemos dedicar el tiempo que nos va quedando. Con el paso de los años, rendido a la inapelable sensación de que ya flota en el viento tu fecha de caducidad existencial,  no es cuestión de perder el tiempo en cosas o gentes que poco o nada te interesan.

Ya no se trata de aprovechar los días haciendo muchas cosas sino el hacerlas de manera pausada y buscando en ellas el placer de estar vivo y, todavía, ilusionado.

No podemos deshacer el pasado en aquello que no nos gusta ni tampoco prepararnos para un futuro que ya no nos pertenece.

Esta Ciudad nuestra es mágica por las infinitas lecturas que nos proporciona a diario. Aquí, como en ninguna parte del mundo, se dan la mano lo insustancial y lo más genuinamente profundo. La belleza más clara y diáfana con el pastiche más hermoso que pueda existir, hortera y estentóreo.

Los “figurones” que escriben media docena de libros al año y que en boca de entes literarios ya son unos perfectos desconocidos con los poetas de puertas cerradas y jardines abiertos. Los que permanentemente martillean los clavos de sus propias cruces y los que, en clave de poesía machadiana, los desclavan para ayudar a cruzar los mares a los desheredados de la Tierra.

Vives, en no pocas ocasiones, como un exiliado en tu propia tierra.

Vas de tu corazón a tus asuntos sorteando el falso olor de las calles. Pero es la Ciudad -tu Ciudad- la que nunca te dará la espalda.

Ella es tan firme que nunca han podido –ni podrán- terminar de derribarla.  ¡Con lo mucho –y los muchos- que a lo largo de su Historia lo han intentado!  Esta no es tierra para pusilánimes.







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Fernando Arellano