Un Nietzsche derrotado: Emil Cioran y el pesimismo de la inteligencia.

La vida hipotecada a la muerte.

Una continua amortización y siempre terminas embargado..


Cioran.

Es un caso único, una rareza. El unicornio de la bilis errante, el santo grial, la fuente de los deseos. Debe ser estudiado con la perspectiva del patólogo que se topa con una anomalía sin nombre y sin precedentes. Pero, ¿debemos tomarnos en serio su execración de la vida, sus sentencias llenas de bilis, sus tan escandalosas provocaciones? Cioran no se suicidó. Murió octogenario, víctima del Alzheimer.

Cioran es, a su modo particular, un Nietzsche derrotado; su obsesión por la búsqueda de algún sentido o alguna certeza sobre la valía del humano, fracasa sin alternativa -¡como si lo hubiese logrado el pensador al que se atribuye haber anunciado “la muerte de Dios”!-. ¿Cuál es el punto que bifurca la singladura de uno y otro?

A pesar de su ateísmo furibundo, Cioran razona como un teólogo. Vivir es doloroso y decepcionante porque no hay un Dios que garantice nuestra inmortalidad personal y corrija con su justicia las iniquidades de la historia.


¨ El que no ha pensado nunca en matarse se decidirá a ello mucho más prontamente que quien no cesa de pensar en ello. Como todo acto crucial es más fácil de cumplir por irreflexión que por examen, el espíritu virgen de suicidio, una vez que se sienta impulsado a él, no tendrá defensa alguna contra este impulso súbito; se verá cegado y sacudido por la revelación de una salida definitiva, que no había considerado antes; en tanto que el otro podrá siempre retrasar un gesto que ha pesado y vuelto a pesar indefinidamente, que conoce a fondo y al que se resolverá sin pasión, si es que alguna vez se resuelve a ello. ¨


El aciago demiurgo.


¿Dónde debemos situar a Cioran en la historia de la filosofía? ¿Es un cínico, un discípulo de la secta del perro, un nuevo Diógenes de Sinope que ha leído al marqués de Sade y busca la autarquía en el exceso? No, Cioran no es un cínico. No cree que el hombre deba abandonar la civilización y volver a la naturaleza. No cultiva la imperturbabilidad, sino la turbulencia.

Mientras que Nietzsche se limita a decir lo que estaba aconteciendo, y con esa profética clarividencia es capaz de identificar ese horizonte -que no destino fatal- que se despliega ante el ser humano, el cual no es más que un dejarse atrás a sí mismo, para dar paso al superhombre, es decir, aquel sujeto activo, que desde una actitud nihilista, construye nuevos valores desde los que sea posible la vida –o la afirmación de su doble vertiente, el dolor y el placer, como la única forma posible de no negarla, y caer en las redes de una cultura que la desnaturaliza-, Cioran personifica aquel nihilista pasivo o negativo que, según el propio Nietzsche, se siente impotente ante el desafío de ser él su propio dios y gestar un presente que es ya en sí mismo la condensación del pasado y el futuro, ese eterno retorno del instante, como rito metafórico de quien posee la fortaleza de querer  lo que ya sucede, aunque eso se reprodujese por toda la eternidad.

El suicidio, ese tabú que, al menos de las culturas occidentales, silencian con la mísera justificación de no provocar el denominado “efecto Werther”, pero que sospechamos es desterrado de todo debate público con el fin de no asumir la parte de responsabilidad que la sociedad y su estructura tienen en estos actos autolíticos.

El pensador de origen rumano es un abatido por la lucidez, por entender que en el humano hay fundamentalmente deseo, y no voluntad propiamente.

El deseo arrastra a la acción y ese distractorio nos impide pensar -nos esconde la verdad-; la voluntad quiere, y en el caso de su antecesor quiere poder, autoafirmarse, sostener la vida con todo su desgarro y brutalidad, sin amagos ni lenitivos. Para el franco-rumano, por el contrario, desear nos mantiene vivos porque la frustración continua es el motor que no nos permite dejar de desear. Si el deseo se cumple, llega a su fin ya no es por naturaleza deseo, sino tendencia a la desaparición del sujeto, y por ello el querer definitivo.

Decía, famosamente, Hegel que hay dos tipos de filosofía: sistemática y edificante; o filosofía del concepto y filosofía de la vida. Cioran, contra Hegel, contra el mundo y contra Dios, hace filosofía de la vida. Es decir, filosofía de la muerte.

No se pueden repasar sus páginas, una y otra vez, sin apreciar, en todos los sentidos del término, la voluntad de derribo de todos los ídolos habituales: sin la posibilidad, consoladora al cabo, de que esos ídolos sean sustituidos por otros.

Amargo, desesperado, lacrimógeno y podrido...

La obra del filósofo rumano gana mucho cuando se lee en clave de comedia.

















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Fernando Arellano