Grandes personajes.

Muchas personalidades como Ana, Laura, Andrea, Diego y hasta amigos de fiestas me dicen que leer lo que escribo no se lo imaginan de mi persona y me preguntan atónitos lo mismo: ¿Cómo llegué a escribir y por qué? Bueno, simplemente actúo y pienso de acuerdo a la ocasión como muchas otras cosas. No puedo ir a un concierto de rock en español gritando ¨Y que suenen las guitarras viejón¨ o ¨jálele a la tuba compa a la verga¨, son cosas muy diferentes. Pero la respuesta a todas esas incógnitas latentes tiene similitudes breves ante los casos ya mencionados en el blog.  La Literatura está llena de grandísimos escritores variados entre tema y tema de tantos libros diversos, pero en la mayoría y no en todos, siempre tienen que pasar por circunstancias en sus vidas personales que son dignas del auténtico tormento. Drogas, alcohol, vino, problemas, sexualidad mal gestionada, noches de orgías sin freno y, en resumen, una vida marcada por el desorden y la anarquía. Las mismas que propiciaron los derrumbes físicos y psicológicos. Unos murieron excesivamente jóvenes (no pocos acudiendo al suicidio) y otros lo hicieron viejos, solos, enfermos gravemente o  inmersos en la miseria y la soledad más desgarradora. A lo que quiero llegar es que esto ha propiciado una controvertida “leyenda-teoría literaria” donde se sustenta que  la enorme grandeza creativa es consecuencia y fruto de una vida desgarrada. Parece ser que la genialidad debe llevar implícita el ser raro (no en puntos suspensivos), huraño, excesivo en el fondo y en la forma, con el añadido de una cierta e irrefrenable tendencia hacia la destrucción física y moral. Afortunadamente existen enormes escritores que llevaron –y llevan- una vida placentera y donde los placeres cotidianos fueron –y son- plenamente disfrutados y saboreados. La existencia humana solo cobra sentido cuando buscamos nuestra propia felicidad y, de manera colateral, también la de las personas que queremos y nos quieren. La felicidad total no existe pero si los momentos felices. Debemos diferenciar a las personas que, por circunstancias personales, se ven arrastradas (sin poder evitarlo) al derrumbe, como Charles Bukowski que en su lecho de muerte empezó apenas a darse cuenta que no tenía que estar ebrio para escribir. Otras, propiciaron con sus actos su propio y particular infierno.  Cualquier caída personal lleva implícita el arrastre de una serie de personas que, de manera involuntaria, se ven empujadas hacia el abismo.  No merece la pena dejar escritas para la posteridad novelas o poemas majestuosos cuando se ha renunciado al noble ejercicio de vivir en armonía consigo mismo y, lo más importante, con los demás.  Leemos un libro que consideramos realmente ejemplar y constatamos a través de la biografía del escritor que su vida fue un calvario.  Valoramos y saboreamos lo escrito y no dejamos de compadecer a quien renunció -pudiendo hacerlo- a llevar una vida gozosa y placentera. No podemos mitificar el derrumbe moral, físico y psicólogico de algunos escritores en aras de enriquecer con buenos libros los anaqueles de nuestra cabeza.  Valoramos al escritor y despreciamos a la persona.  Consideramos irrelevante que sufriera o hiciera sufrir afectivamente a sus seres más cercanos. Lo importante es el legado que nos dejó para el buen desarrollo de nuestro intelecto.  Esto, sin dejar de ser cierto, nos puede elevar como lectores pero nunca como seres humanos solidarios.  Me agrada leer biografías de grandes escritores que escribieron y crearon desde la felicidad de las cosas cotidianas.  Asumo que no deja de ser un ejercicio de bonhomía, pero debemos admitir que no solo de lectura –y escritura- vive el hombre.  La mitificación, la falsa mitificación, del derrumbe de los genios del Arte.  Genialidad artística y tragedia humana cogidas de la mano, en los grandes escritores.



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Fernando Arellano