Sensatez.

Decir que soy un animal de costumbres es decir una verdad que yo asumo sin complejos. Animal por no ser haber sido capaz de madurar a tiempo y en sus justos términos. De costumbres por ser en lo cotidiano donde encuentro mi razón de ser, esta etapa de mi vida que presumo va a ser la última (esperando que sea larga) ya que pronto dejaré de ser más un joven con ambiciones promiscuas. Me está resultando bastante placentera y llena, eso sí, de algunas contradicciones y carencias. Mis grandes amigos hace tiempo que se me escaparon de las manos como el agua de la lluvia. Unos por pertenecer ya al Reino de los ya ¨eternos ausentes¨ y otros por estar atrapados en sus actuales circunstancias. ¡Por fin! creo que empiezo a sentirme “cuajado” en lo político, lo social y lo cultural. ¡Ya era hora de sentirse más maduro que verde! Salgo cada sábado a la calle con una serie de sensaciones, opiniones e impresiones con el ánimo de compartirlas y me vuelvo con la triste sensación de haber perdido el tiempo. ¿Petulancia? ¿Soberbia intelectual? Sinceramente creo que este no es el caso. No busco en mi condición de andarín de fiesta en fiesta aduladores ni tampoco gente que considere que la dialéctica consiste en llevarle la contraria a todo el mundo. Busco personas de mi generación que se expresen argumentando a través de la reflexión y el conocimiento de las cosas. No hay manera de llegar a perpetrar este sutil caso, pero le doy gracias a los dioses ficticios llevadores de fé de manifestarme por escrito que, a la corta y a la larga, es la manera más eficaz que siempre he encontrado. Cada noche me “meto en el sobre” con la triste sensación de que, fuera de los libros y las películas, pocas cosas interesantes me ha reportado el día que se termina.  De tarde en tarde me tropiezo con alguien de la “nueva lírica¨ (gente con inquietudes, ilusiones y dispuesta a mirar por encima de su tejado con ambiciones antañas) que me alegran el día.  Poder hablar con alguien de manera distendida e interesante de temas políticos, sociales, culturales o de entender por qué sigo en el juego, que se me hace cada día más difícil de conseguir. Es lo que hay y tampoco es cuestión, explicándole el domingo a Ana como un Quijote de pacotilla, el intentar luchar contra los molinos de viento que mueven los figurones y los ignorantes o la soledad del corredor de 100 años de estúpidos en el poder que, me reclamó con un lenguaje sabor a  Emilio González Urberuaga: ¨pero qué triste soledad la tuya nando, que hasta tu sombra se aparta para no hacerte compañía¨. En fin los días de la Semana Santa se acercan y corren malos –muy malos- tiempos para poca sensatez que he ganado.




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Fernando Arellano