Lluvia de noviembre.

Noviembre empieza y  y su lento discurrir de atardeceres levemente sombreados llega por fin. Los días que más disfruto simplemente por ser bohemios y ¨melalcohólicos¨ a más no poder. Una tarde frente a una soledad hermosa, un cuaderno, una pluma y mis audífonos son las herramientas perfectas del día a día. 

Con esas dudas más que veracidades y las ganas de probar algo nuevo, aunque siento que dejo de lado varias cosas que eran primordiales antes. Juro que hago todo lo que puedo, el sentarme en la azotea y mirar al cielo para pensar bien las cosas me está funcionando (Hablando de cielos, ¿Ya te dije que tú eres el mío?) de maravilla ante todo lo que se está juntando. Tiempo al tiempo y organizándolo, todo se puede hacer.

No tengo reparos en reconocer que mi vida desde edades muy tempranas siempre ha discurrido entre dudas y certezas(que en realidad son más dudas). En lo político, lo social, lo cultural, sentimental, personal o lo estrictamente espiritual siempre me he movido entre lo concreto y lo incierto. Cuando veo una película, leo un libro o asisto a algún concierto siempre procuro nutrirme de lo verdaderamente sustancial y despojarme de aquello que considero de cierta banalidad.

Ese machadiano concepto de conversar con el hombre que siempre va conmigo, con 20,000 preguntas en la cabeza y esperando poder hablar a Dios un día. Cada vez me interesan menos aquellos que se mueven en la falsa firmeza de las ideas fijas y preconcebidas que todos tienen predestinadas de antemano y me interesan las personas que ven más allá del estereotipo cotidiano.

Me considero un buen observador de cuanto me rodea reconociendo con cierto pesimismo (que en realidad es ser más realista) que cada día aumentan las cosas que no me gustan. juzgando más allá de una mirada, lamento tener que acostarme muchas noches sin haber escuchado en la calle un par de cosas inteligentes y asistir a gestos que ennoblezcan al ser humano.  La gente camina por Culiacán de manera compulsiva y mostrando su enfado a través de todas las formas posibles, en el caminar, sus gestos, la forma en la que hablan por los móviles que no dejan de ser ventanas abiertas a la intimidad de cada uno.

Del grupo de mis buenos amigos, la mujer que no deja de sorprenderme, maestros, compañeros de clase  y a otras personas recurrentes que los veo de día en día cuando las circunstancias así lo permiten van sumando anécdotas e historias que no se repiten 2 veces en la vida. Sumas años y a la par también sumas notables ausencias. 

Te agarras como aquel perro de la calle a la comida que van regalando al valor existencial único y maravilloso que te proporciona día a día y a ese mundo interior donde aún caben muchos libros, mucho Cine, mucha Música y, sobre todo, muchos sentimientos.  Tienes a la fe como compañera de viaje pero siempre con la duda existencial de que te espera al final del camino. 

Te sientes vivo dentro de un global Parque Temático donde la envidia, vanidad, el odio, la ambigüedad y la corrupción campan a sus anchas. De vez en cuando vez algo que te conmueve como la risa de un niño al correr con su globo o la bondad en la mirada cansada de un anciano al contar anécdotas de esas que no escuchas ni ves en películas de cualquier director y sabes que la vida, a pesar de todo, te regala momentos bellos.



Días de noviembre.







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Fernando Arellano