El coraje de morir.

Don Antonio y doña Ángela son dos personas entrañables. De la vieja escuela por más señas. Son aquellos, de los que los Barrios o Fraccionamientos, se nutren para definir sus señas de identidad en lo humano y sentimental. Educados, serviciales, prudentes y solidarios con los problemas ajenos. Pepe trabajó toda su vida de maestro y ella de ama de casa. Criaron a sus tres hijos inculcándoles unos valores lamentablemente hoy en desuso. Un legado educativo que giraba en torno al siguiente triángulo: trabajo/responsabilidad, familia/amigos y respeto/solidaridad. Entendían que si a esto se le unía el desarrollo de la Fe a través de una Hermandad, más una cierta dosis de irracionalidad con el Betís, la receta de la vida estaba ya completa.

Una vez jubilado Don Antonio con los hijos en su nido propio, ayudaban con suma atención en la tarea de criar a sus nietos. Vivían sin apreturas con sus recursos y se podían permitir ayudar a los suyos.

Cada mañana coincidía con ellos a la hora de salida para la universidad y por las noches, cuando me siento afuera de la casa veo cómo don Antonio va por el pan o la leche.

Un triste día vi que la cabeza de Ángela estaba cubierta con un pañuelo... Aproveché un momento de distracción y le pregunté a Don Antonio que le pasaba. …”Pues nada fernandito, que se le ha presentado un cáncer de la noche a la mañana” ; inquirí de nuevo...” ¿pero es grave? ” ; a lo que me respondió: …”bastante, está muy avanzado y le dan pocos meses de vida. Afortunadamente dicen que no es doloroso”.

A mí me dió un destrozo repentino cuando me dijo esas palabras y la veía, ella –en apariencia– no mostraba una excesiva preocupación. Reía con las ocurrencias de su Antonio. Nos saludaba con su peculiar afecto. Y se preocupaba de nuestra salud como si la suya careciera de importancia. Algunas veces salía a barrer y otras ya no se encontraba con fuerzas suficientes para salir a la calle.

Después de un tiempo sin verla hace unos días la ví con su compañero del alma. Tenía el rostro enjuto y cansado y su andar era parsimonioso y cansino. Su deterioro era trágico y manifiesto. Caminaba cogida del brazo de su marido y ya con fecha de caducidad en su vida. Le pregunté como estaba y me respondió...

” Bien, aquí aguantando el chaparrón. Oye te has enterado que la Iglesia del centro puede que dentro de poco procesione a la Catedral. Ya mismo vamos a estar con ella en La Campana”. Yo personalmente no creo en ningún ente poderoso, algún dios o manifestación creadora del universo. Pero no daba crédito a tanta valentía y ganas de vivir y le contesté: ¡Claro doña Ángela que vamos a estar con ella en La Campana! Nosotros en una donde comienza la Carrera Oficial de nuestra Semana Mayor. Y tú junto a la que te sonará desde los Cielos porque allí Tu Dios y el nuestro ya la está tocando reclamando tu presencia!

Se fue con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo así será fernandito. Posiblemente sean muy pocas las veces que los vea juntos de nuevo. Habrá que estar prestos para que cuando Pepe, irremediablemente solo y roto por la pena extienda el brazo, tenga un hombro amigo donde apoyarse.

Doña Ángela se irá como vivió. Como de puntillas y sin emitir una sola queja. Siempre presta a ayudar y con la sonrisa a flor de piel. Con su marcha nos dejará huérfanos de su compañía y con una majestuosa lección que se llama :

El Coraje de Morir.




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Fernando Arellano